En los comienzos fueron pequeños logros, del tipo de lograr mover un cursor en una pantalla en forma lenta y con poca precisión, pero en los últimos cinco años los sistemas han evolucionado enormemente, de la mano de la inteligencia artificial (IA).
La historia más remota comienza en 2004, cuando se colocaron electrodos en el córtex motor de una persona paralizada por una agresión con arma. Podía pensar cómo moverse, pero la conexión con sus músculos estaba rota. En 2006 ya era capaz de mover un cursor en una pantalla de computadora y utilizar manos y brazos robóticos con el pensamiento.
Otros trabajos lograron, por ejemplo, que se salteara el bloqueo, colocando sensores en el cerebro y estimuladores en los músculos, permitiendo que aquellos que habían perdido la movilidad por una interrupción en el circuito nervioso movieran sus extremidades superiores, realizando tareas simples. Para 2017, se consiguió que un participante de dichos experimentos pudiera realizar una tarea tan compleja como servirse una taza de café y llevarla hasta su boca para beber el contenido.
El tema de la comunicación es otro de los que ha desvelado a muchos investigadores. El hecho de conseguir que una pequeña flecha navegara por una pantalla permitió que, agregando la intención de hacer un click, el pensamiento habilitara a que se elaborara un texto. En 2017 se logró el récord de escritura por este medio: 40 caracteres por minuto.
Más tarde se rompió ese logro, elevándolo a 90 caracteres, simplemente refinando el método y haciendo que el sujeto pensara en escribir, lo que alcanzaba un 95% de eficacia en el reconocimiento de las letras mediante IA, que avanzaba hasta el 99% con los correctores predictivos de lenguaje de los smartphones.
Los últimos avances en la materia han logrado superar las marcas, al alentar a los participantes a que pensaran en hablar más que en escribir, con lo cual se ha obtenido que algunos de ellos consiguieran un vocabulario de más de 50 palabras y fueran capaces de producir el habla a una velocidad de 15 de ellas por minuto.
Todos estos adelantos, que se han acelerado notablemente en los últimos cinco años, han despertado en interés de diversas empresas para que estos desarrollos pasen de la etapa experimental a la comercial.
Una de ellas, Blackrock Neurotech, proveedora de la mayor parte de los implantes utilizados, con una presencia en la actividad de investigación de casi dos décadas, ha anunciado su intención de que en el término de un año pueda lanzar al mercado una interfase cerebro-computadora comercialmente, es decir, para uso particular.
Si bien los sistemas están avanzando a pasos agigantados, todavía quedan algunas cuestiones por resolver. Una y no menor es que en la mayor parte de los mismos se necesita de cables de conexión. La empresa norteamericana está tratando de desarrollar sensores que se comuniquen inalámbricamente para evitarlos. Otro es que se hace necesario un refinamiento de los programas de aprendizaje en inteligencia artificial, dada la variedad de formas de pensar de los usuarios, que permita desacoplar la presencia efectiva de los científicos que monitoreen los procesos y calibren los elementos, así como la ubicación de los sensores para mejores resultados.
Un elemento no menor es el problema del reemplazo de los electrodos que dejen de funcionar o lo hagan defectuosamente, así como su alimentación energética. Si bien se han detectado muy pocos casos de rechazo, los mismos existen, y aunque el procedimiento quirúrgico es bastante simple, siempre implica un riesgo. Al menos por el momento, los sensores externos no son tan eficaces como aquellos otros que se colocan directamente sobre distintas zonas del cerebro. Es por ello que se están desarrollando implantes que sean de fácil remoción y con materiales que no provoquen reacciones inmunitarias.
También se avizora a futuro un problema ético de importancia. Se destaca que, al menos hasta el momento, la capacidad lectora de estos conjuntos que unen cerebros y computadoras tienen un alcance de lectura limitado a los objetivos señalados, esto es, permitir controlar aparatos, mover músculos y prótesis y devolver la capacidad de comunicación a quienes han perdido todas esas facultades. Pero existe el temor, fundado en bases paranoicas o no, de que de alguna manera pueda intrusarse la mente de las personas aumentando las facultades de los programas y hasta que puedan hackearse una vez que las conexiones sin cables se vuelvan el estándar del mercado.
Como ocurre frecuentemente con las novedades, las mismas despiertan suspicacias y temores. Lo que hay que tener en cuenta es que herramientas como las que estarán a disposición de aquellos con dificultades de movimiento o expresión son éticamente neutras (o se podría decir que son ínsitamente positivas). Lo que las hace buenas o malas es su utilización por parte del hombre.