Estos comportamientos pueden tener una expresión corporal, es decir, determinadas acciones que se repiten insistentemente (incluye las verbales), preocupaciones absorbentes o ambas formas, muy frecuentemente.
Un dato a tener en cuenta es que no se trata de un signo exclusivo de los Trastornos del Espectro Autista, sino que es común a muchas otras condiciones como el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad, el Trastorno Obsesivo-Compulsivo, la Esquizofrenia y muchas otras.
A su vez, incluso es habitual que en los niños neurotípicos exista este tipo de manifestaciones comportamentales como una forma de maduración, aunque en la mayoría de los casos desaparezcan con la mayor edad. También algunos adultos suelen presentarlas, por ejemplo, cuando golpetean sus dedos contra una mesa, juegan con un bolígrafo o retuercen su cabello como conductas habituales, lo que no implica que ello sea problemático.
Sin embargo, se trata de uno de los signos nodales de lo que se conoce con el nombre genérico de Autismo, al extremo que tanto Leo Kanner como Hans Asperger describen estos comportamientos en las descripciones iniciales de esta clase de trastornos del desarrollo.
Repeticiones y restricciones en los TEA
Cuando se habla de “espectro” se hace referencia a una amplia variedad en el tipo y en la gravedad de los síntomas que se presentan. En este sentido, estos comportamientos no son la excepción.
La edad más frecuente en la que se presentan es entre los 3 y los 5 años y tienden a ser más pronunciados entre aquellos con habilidades cognitivas más bajas, por más que ello no acontece así en todos los casos.
Existen distintas teorías acerca de por qué ocurre esto en las personas portadoras de alguno de los TEA.
Por un lado, se indican cuestiones genéticas. Hasta el momento, se han mapeado más de un centenar de mutaciones como posibles causales del Autismo, así como de algunos síndromes producidos por alteraciones en los genes con comportamientos similares. Para ciertos estudios, esto solo explicaría el síntoma, mientras que para otros ello se derivaría a partir de una interacción entre la genética y el medio ambiente.
Por su parte, existen investigaciones que afirman que se producen cambios funcionales y estructurales en los circuitos que conectan distintas partes del cerebro, aunque los intentos de relacionar este tipo de comportamientos con los TEA no ha brindado resultados incontrastables. Muchos de ellos centrados en trabajo con animales de laboratorio, han brindado aportes importantes acerca de la neurobiología de los mismos, pero la mayor parte de ellos se ha dedicado solamente a lo referente a las conductas motoras y muy poco a las demás formas.
Otra explicación se centra en una menor actividad en los ganglios basales, formaciones del cerebro ubicadas en la profundidad de la sustancia blanca del encéfalo, cuya función es refinar los movimientos voluntarios. Ello llevaría a que las neuroadaptaciones moduladas a partir de la experiencia iniciaran y conservaran comportamientos repetitivos.
Lo cierto es que, en realidad, no existe una causa aceptada universalmente, ya que ninguna de las existentes parece explicar por sí sola la ocurrencia de dichos comportamientos. Quizás habría que buscar los desencadenantes en una combinación de dos o más de ellas, tarea a emprender en el futuro.
Lo que los diferencia de los considerados “normales” es no solamente la persistencia en el tiempo (como se señaló, en los neurotípicos pueden prolongarse indefinidamente) sino la capacidad para interferir en la comunicación con su entorno, además de complicarse con comportamientos signados como inadecuados, la escasa flexibilidad y la carencia de adaptabilidad que se asocian.
Desde esta perspectiva, suele calificárselos como de bajo orden cuando esa interferencia es relativamente pequeña, como en el caso de las estereotipias motoras, los aleteos de las manos, los balanceos corporales, las relacionadas con la manipulación de objetos o aquellas que se basan en las manifestaciones verbales. Otras serían las de alto orden, más complejas, como las compulsiones, los rituales, las resistencias al cambio, los comportamientos altamente restringidos y otras, las que obrarían como causales de problemas más serios de relación, educativos, cognitivos y de comportamiento, incluso llegando a conductas disruptivas, a las autolesiones y a las agresiones hacia terceros.
Otra forma de clasificación se refiere a las distintas áreas implicadas, dividiéndolas en tres:
– Repeticiones motoras, usualmente representadas por movimientos rítmicos repetitivos de distintas intensidades, que pueden ir desde simples gestos manuales hasta complicados procesos que implican todo el cuerpo de la persona.
– Repeticiones sensoriales, que servirían para autoestimulación, como tocar ciertos objetos o texturas, estar atraídos por determinados sonidos o centrarse en alguna clase de estímulos visuales.
– Repeticiones cognitivas, que se basan en pensamientos persistentes y en fijaciones, por lo que buena cantidad de estos niños tiende a focalizarse en algún tópico en particular o en ideas casi inamovibles, lo que muchas veces se manifiesta por medio de la reiteración de preguntas o conversaciones que mayoritariamente abordan esos puntos de interés casi con exclusividad.
Si bien las manifestaciones típicas de estos comportamientos suelen abarcar movimientos de las manos; balanceos del cuerpo; ecolalias; golpes con la cabeza a distintas superficies; adhesión a diversas comidas o texturas y no a otras; jugar con los objetos o sus partes siempre de la misma manera; morderse las uñas, los labios o la parte interior de la mejilla, entre muchas otras, dada la variedad que ellas presentan entre diferentes sujetos y aun en distintas etapas de la vida del mismo individuo, tratar de listar todas sería una tarea imposible.
¿Benefician o perjudican?
Al respecto, existen dos corrientes contrapuestas. Desde que aparecieran las primeras descripciones de estos trastornos, la primera reacción fue reprimir estas conductas, postura que aun hasta el día de hoy convive con su contracara.
Para quienes se enrolan en esta corriente, se trata de comportamientos netamente perjudiciales, ya que dificultan (y en los casos más marcados impiden) la comunicación, los procesos cognitivos, la concentración y llevan a las personas a la incapacidad de controlar sus pensamientos y las actividades que desarrollen sin aportar beneficio alguno, por lo cual deben ser erradicados o, al menos, fuertemente controlados. Algunos sugieren que se trataría de conductas asimilables a las adicciones.
Para abonar a su perspectiva, es corriente que citen casos extremos, como los de los sujetos que se autolesionan, entre otros, aquellos que golpean la cabeza contra las paredes, lo que puede producir daño cerebral; se lavan hasta producir lesiones en la piel; rechinan los dientes (bruxismo), posible causa de desgaste del esmalte dental e incluso de fractura de algunas de las piezas; los que se muerden hasta producir heridas de consideración, y muchos más, en los que, por supuesto, existe acuerdo generalizado sobre la necesidad de intervenir para hacer cesar esos peligrosos comportamientos que comprometen la integridad corporal de los individuos. Pero asimismo acusan a los efectos negativos menores como altamente perjudiciales, por lo que les resultan intolerables, y mucho más aquellas posturas que sostienen que ayudan a estas personas a relacionarse, rechazando de plano que se trate de simples cuestiones de personalidad, haciendo hincapié en que se trata de una situación patológica.
Posiciones más modernas se ubican en las antípodas de las anteriores, sugiriendo que estas manifestaciones tienen un sentido beneficioso para quienes las portan, siempre y cuando las mismas no resulten en un riesgo para sí mismos ni para terceros o entorpezcan seriamente la vida de relación, además de tratarse de una posible vía para intervenciones conductuales y cognitivas.
Existe cierto consenso acerca de que las personas con Autismo poseen una sensibilidad diferente respecto de los estímulos, con umbrales mucho más bajos o considerablemente más elevados que los de los demás, por lo cual las conductas repetitivas es posible que sirvan para incrementar o para atenuar eso que les viene y que se les hace difícil de manejar.
También artículos publicados en revistas científicas sugieren que los comportamientos restrictivos y repetitivos en los niños ayudan a lidiar con la ansiedad, problema muy frecuente entre esta población.
Algunos de los propios portantes de alguno de los TEA explican que simplemente realizan tales acciones porque los hace sentirse bien, ya que las formas de gratificación en las personas con autismo diferirían de las de la población general, para generar o mantener plena consciencia de sus cuerpos, enfocar su concentración o lidiar con las sensaciones o las emociones que se sienten tan intensas que los avasallan.
Asimismo se ha observado que pueden funcionar como formas de comunicación, ya que en numerosas ocasiones las conductas de referencia se disparan ante situaciones de disconfort, de dolores, en las estresantes y otras, dado que no todos o no siempre son capaces de expresar lo que les ocurre por medio de palabras u otros signos convencionales.