Dice Jorge Reitter en su libro Edipo Gay: “No ser homofóbico en la vida privada no garantiza no ser heteronormativo en el ejercicio profesional”.
¿Por qué? Porque las teorías poseen un fuerte sesgo cis heteronormativo que en general no es percibido y muchas veces no es reconocido por gran parte de los profesionales.
“Uno no ve lo que no conoce”
La perspectiva de género nos aporta los lentes para “develar lo invisible” en el discurso social y analizar las prácticas cotidianas como puerta de entrada a la configuración subjetiva, teniendo como marco el paradigma de la complejidad, que implica trabajar con nociones de pluralidad, diversidad y heterogeneidad. Ello involucra interrogar cómo opera este entramado sociocultural en la constitución subjetiva, pesquisando cómo y por qué se invisten y negocian posiciones y sentidos singulares que combinan lo novedoso con lo tradicional (Córdoba, 2021).
La perspectiva de género demuestra que como profesionales debemos ser conscientes del contexto y el sistema que evidencia cómo son las relaciones de poder, la dependencia que el sujeto tiene del otro, constituidas como condiciones histórico sociales que promueven las particularidades de los vínculos, el lenguaje, la estructura familiar, lo micro y macro de las estructuras sociales. En síntesis, las representaciones que la sociedad instaura para la conformación de sujetos y las maneras en las que cada sujeto constituirá su singularidad (Bleichmar, 2005), lo que determinará luego en él/ella la organización de su identidad, el tipo de elección de objeto y de sexualidad y deseo erótico.
La importancia de la familia
El enfoque familiar sistémico centra su atención en el sistema familiar, entendiendo que el paciente es parte de un tejido de vínculos y relaciones que lo instituyen, y que a su vez el sistema familiar es parte de un sistema mayor: lo social, por lo que cada sistema individual, familiar y social sostendrá en sí mismo las expectativas, es decir hacia dónde se espera (necesita) que fluya ese sistema.
En el caso del sistema familiar, las expectativas tienen que ver con criar hijos e hijas para la producción y reproducción simbólica y material de significados que respondan a una sociedad normada y generizada. Ante una situación de discapacidad, muchas de esas expectativas se diluyen, colocando al niño en un lugar de escasa movilidad simbólica, donde su crecimiento y deseos se reducen a los deseos y expectativas de los adultos, por lo que pensar la diversidad sexual en este contexto es posiblemente inviable.
De este modo la familia, como parte de sus funciones, cumple con la labor de “instalar al niño/a en el orden simbólico” (Scott, 1996) que construya la identidad de género según los valores y comportamientos de lo masculino o de lo femenino y que esos comportamientos y valores correspondan al sexo biológico de nacimiento.
¿Entonces qué pasa cuando un hijo o hija expresa una identidad transgénero?
La familia vive una situación de extrema tensión que se percibe como un choque: por un lado las expectativas en relación al sexo/genero sobre ese niño/a, y por el otro la función primordial de las familias, que es “formar a la persona para que se integre en el sistema social de acuerdo al modelo binario de los géneros”. Por ello las figuras parentales llegan con mucha culpa, ya que se realizan sanciones sobre el niño/a sobre sus acciones o actitudes que son leídas como “no correctas” o “anormales”, dado que estas actitudes son rechazadas por el modelo social.
Esta confrontación que causa ese “choque” es lo que Morin (1995) expresa como una “perturbación”, un evento, un acontecimiento o un accidente que tiene los elementos potencializadores para desencadenar una posible crisis.
El niño/a de la primera infancia actúa desde cierta “inocencia”, pues no visualiza que sus actitudes pueden llegar a ser acontecimientos perturbadores para los imaginarios de otras personas. Solo vive lo que siente y lo expresa, por ejemplo, mediante juegos o el “probarse la ropa del otro sexo”. A la vez las reacciones negativas de sus familiares son actos que perturban su sentir y la expresión de la identidad de género.
Esta perturbación le representa una desestabilización interna que genera una gran variedad de ideas, emociones y actitudes que se expresan por medio de los miedos (al rechazo, al maltrato o al abandono, por ejemplo), angustias, inseguridades, sensaciones confusas e incluso hasta el punto de sentir que está en riesgo su propia existencia y que no se tiene “identidad”.
Por lo tanto, en las familias que poseen un niño o niña que no responde a las expectativas de género en relación a su sexo asignado al nacer, podemos encontrar muchos indicadores de disfuncionalidad sistémica, como ser la comunicación confusa, evasiva y contradictoria, actitud de desconfianza entre sus miembros o incapacidad para adaptarse a cambios y/o elaborar duelos.
Las diversas situaciones que enfrenta una familia frente a la diversidad funcional de alguno de sus miembros, requiere de un acompañamiento comprometido y formado por parte de los y las profesionales. Y los lentes con que estos últimos miren la diversidad sexual deberá propiciar un espacio de desarrollo y libertad, entendiendo que un sujeto puede necesitar sistemas de apoyo que habiliten su desarrollo y potencial, no que lo limiten o coarten en su bienestar integral como sujeto sexuado, deseante y deseado.
Lic. Analía Nilda Lacquaniti
Nota: el tema de la presente nota será abordado en el curso online “Sexualidad en discapacidad con enfoque de género y respeto por la diversidad”, que será dictado por la Lic. Analía Lacquaniti los días 6 y 13 de mayo.
Mayor información en: www.cursoselcisne.com.ar