Primera aproximación: la medición
La historia del cociente intelectual (CI) comienza a principios del siglo XX. Suele darse como fecha del puntapié inicial la publicación por parte de los psicólogos franceses Alfred Binet y Théodore Simon de una prueba a la que llamaron Edad Mental en 1905, aunque los intentos por clasificar algo tan esquivo e impreciso venían de mucho tiempo antes. Otro psicólogo, William Stern, de procedencia alemana, fue quien acuñó el término que aun sigue utilizándose (Intelliegenzquotient o IQ, como se abrevia en esa lengua y en la inglesa). Esa escala de Binet y Simon fue modificándose con el tiempo y también surgieron otras. La primera de ellas se basaba en una serie de pruebas que medían precisamente la edad mental del niño, cifra que se dividía por la edad cronológica y luego se multiplicaba por 100, lo que daba como resultado el famoso cociente (que algunos denominan coeficiente). En las más recientes, como la Escala de Wechsler, se utiliza el concepto de campana de Gauss (por el científico que la postuló), que consiste en tomar todas las variables y su resultado da la forma de una onda que tiene una loma en el centro, donde se ubica la mayor distribución, y que decrece en sus extremos. Allí arriba se ubica el valor central o inteligencia media, a la que se le atribuye el valor 100 y una desviación estándar de 15, con lo cual lo que se considera “normal” alcanza los valores comprendidos entre 85 y 115, ello en las primeras formulaciones. Modificaciones posteriores determinan que esta clasificación actualmente ha sufrido algunas alteraciones.
Según las mismas, aquellos que alcancen puntuaciones en las baterías de pruebas de menos de 70, se considera que tienen un perfil de muy bajo rendimiento.
Los que logren entre 70 y 79 se encuentran en una zona limítrofe entre la anterior y la siguiente, que es la que comprende el rango entre 80 y 89, que se cuenta dentro de lo normal, aunque bajo.
Entre 90 y 109 se encuentra el promedio, es decir, lo que se nomina como “normal”. De 110 a 119 se etiqueta al sujeto como normal alto. El período de 120 a 129 se establece como superior al promedio.
Finalmente, quienes superen los 130 puntos son los que portarían altas capacidades intelectuales.
Pero, ¿qué es la inteligencia?
Según el Diccionario de la Real Academia Española, en lo que nos interesa, inteligencia es:
“1. f. Capacidad de entender o comprender.
2. f. Capacidad de resolver problemas.
3. f. Conocimiento, comprensión, acto de entender.
4. f. Sentido en que se puede tomar una proposición, un dicho o una expresión.
5. f. Habilidad, destreza y experiencia”.
En realidad, estamos ante un concepto de difícil definición. Para algunas teorías, se trata de la capacidad de elegir, entre varias posibilidades, aquella opción más acertada para la resolución de un problema.
Desde un punto de vista psicológico, se la puede definir como la capacidad cognitiva y el conjunto de funciones cognitivas como la memoria, la asociación y la razón.
Según otras perspectivas, podría determinarse como una capacidad mental muy general que implica habilidad para razonar, planificar, resolver problemas, pensar de forma abstracta, comprender ideas complejas, aprender con rapidez y aprender de la experiencia.
Y hay muchas más, aunque existen algunos factores comunes, como los temas de resolver problemas, la capacidad de comprender y otros. En lo que la mayor parte de las definiciones está de acuerdo es de lo que no se trata, esto es que no tiene que ver solamente con la comprensión de un texto, por ejemplo, ni lograr una habilidad académica específica o resolver alguna prueba con cierta precisión, sino que es algo muchísimo más genérico y abarcativo.
Los TEA y la inteligencia
Cuando se investiga sobre la relación entre los Trastornos del Espectro Autista y la inteligencia, llama la atención la gran disparidad de los números. Si bien en este colectivo, pese a la inmensa diversidad de quienes portan un diagnóstico al respecto, se da como una de las características posibles algún grado de discapacidad mental, las cifras que aportan distintos estudios son muy variables.
Como ejemplo, según los Centers for Disease Control and Prevention, una importante dependencia del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los EE.UU., el 38% de la población de ese país con diagnóstico de alguno de los TEA posee tal discapacidad. Una investigación de 2016 realizada en el seno de la Universidad de Edimburgo afirma que dicha problemática alcanza a algo más que el 70% de los diagnosticados.
A su vez, un estudio efectuado en 2011 por un grupo de investigación perteneciente al Instituto de Educación de Londres, dependiente de la Universidad de esa ciudad, en Gran Bretaña, tomó una muestra de 156 niños con edades comprendidas entre 10 y 14 años, 81 de los cuales fueron diagnosticados con Autismo clásico y los 75 restantes con otras formas de TEA, no hallando diferencias significativas entre unos y otros respecto del CI.
La publicación da cuenta de que el 55,2% de los niños tenían discapacidad intelectual, que en el 39,4% de los mismos era leve (puntuación entre 50 y 69), en el 8,4% media (35 a 49), en el 1,9% grave (20 a 34) y en el 5,5% restante profunda (menos de 20).
A su vez, en el 44,8% que no presentaba discapacidad, un 16,6% de ellos se ubicaba por debajo del promedio (70 a 84), 25,5% se hallaba en la media (85 a 114) y un 2,7% la superaba (más de 115).
Además de algunos expertos en la temática para los cuales los tests que miden la inteligencia no son confiables, ya que, entre otras razones, no todos los participantes asumen una situación de examen de la misma manera o, pese a que se fueron adaptando los cuestionarios a diferencias étnicas, culturales, geográficas, etc., esas baterías son demasiado rígidas para captar las diferentes realidades de los seres humanos, y más todavía: los resultados obtenidos por un mismo individuo con diversas herramientas de medición y/o en diferentes momentos pueden (y suelen) dar puntuaciones distintas, entre los principales cuestionamientos también se halla la asunción de que existe una única inteligencia, la que solamente puede evaluarse mediante unas pocas variables, generalmente asociadas al lenguaje y las matemáticas, pero en realidad habría otras muchas que no son tenidas en cuenta, como explica la teoría de Howard Gardner con sus inteligencias múltiples (que incluyen las categorías lingüística, musical, lógico-matemática, corporal cinestésica, espacial, interpersonal, intrapersonal y naturalista) o la inteligencia emocional que postula Daniel Goleman.
Más allá de que estas dos últimas, aunque tienen cierto predicamento en la población general, suman un relativamente escaso apoyo en el mundo académico, hay una cuestión respecto de las críticas a las pruebas que miden los niveles de inteligencia en las personas con TEA que podrían estar inflando el porcentaje de discapacidad mental que se les atribuye, que no es otra sino la referida a la forma en que se administran.
En efecto, se sabe que una de las problemáticas principales asociadas a los TEA es la dificultad en el manejo de la comunicación, sobre todo la verbal, lo que se hace más que evidente cuando se repara en que existen minorías de sujetos que carecen completamente de esa forma de interacción con los demás, por lo cual, cuando se les proporcionan instrucciones habladas o escritas, su puntaje relativo es más bajo que cuando las pruebas contienen señalamientos visuales o de otro tipo. Pero no es el único inconveniente.
Un estudio publicado en 2015 en Plos One por un equipo de neurocientíficos holandeses indica que el rendimiento cognitivo de los niños con Autismo en los tests que buscan medir la inteligencia es más bajo que el del grupo de control en aquellos con CI por sobre la media, mientras que los que se hallaban por debajo del promedio se advirtieron problemas y niveles de la misma entidad, teniendo en cuenta que las dos cohortes se componían de individuos de edad similar y capacidades cognitivas equivalentes.
Lo que sugieren es que los problemas cognitivos asociados a la capacidad intelectual en niños con TEA no serían causados por su nivel de inteligencia, sino por otros factores, como la dificultad para tomar decisiones, además de reafirmar los inconvenientes para procesar las instrucciones.
A su vez, un trabajo de metaanálisis (esto es, aquel que recoge información de distintas investigaciones) realizado en colaboración entre el Centro de Investigación y Tratamiento de Autismo Seaver de la Escuela de Medicina Icahn, perteneciente a Mount Sinaí (EE.UU.), y la Universidad de Londres recogió información de diversas bases de datos desde 1980 hasta 2018, lo que implicó 75 artículos publicados en reconocidas revistas científicas que reunió un total de 3.361 sujetos mayores de 16 años con autismo y 5.344 neurotípicos con edades similares. Los científicos llegaron a la conclusión de que el problema no es que las personas con Autismo sean más o menos inteligentes que el resto de la población, sino que tienen una menor velocidad mental, lo que hace que sus resultados sean más bajos que los de los demás. Ello probablemente sea causado por la forma en que su cerebro procesa los estímulos.
Es por ello que se ha postulado la necesidad de abandonar las pruebas tradicionales para medir el CI y utilizar otras formas, como, por ejemplo, como el TONI-4 o Test de Inteligencia No Verbal, que busca que pueda utilizarse con las personas con alguna dificultad de comunicación, ya que permite apreciar la capacidad para resolver problemas eliminando en la mayor medida posible la influencia del lenguaje y de las habilidades motrices.
Algunas veces se relaciona a ciertos tipos de TEA con una inteligencia superior, como es el caso del Síndrome de Asperger, en el cual están presentes las dificultades para socializar, pero carecen de problemas respecto del lenguaje y, obviamente, tampoco portan discapacidad mental.
Asimismo, en muchas ocasiones se confunden las habilidades extraordinarias acotadas a temas de su interés que presentan algunas personas con Autismo con un grado superlativo de inteligencia, lo que suele denominarse como Síndrome de Savant (o savant, a secas). Pero en una nota publicada en Clarín en enero de 2014 Mauricio Martínez, investigador en desarrollo temprano y director del Departamento de Investigación y Docencia de la Asociación Argentina de Padres de Autistas (APAdeA) y Vicepresidente de la Asociación Argentina de Profesionales del Espectro Autista (AAPEA), afirmaba: “La condición de savant en una persona se estipula que se da en el uno por ciento de la población con autismo”.
Por otro lado, tal condición no es exclusiva de las personas con Autismo, sino que hay individuos con otras discapacidades mentales que también portan el Síndrome del Sabio (como también se lo denomina), aunque se estima que al menos la mitad de los savants del mundo está diagnosticada con alguna forma de TEA. Las áreas más frecuentes en las que se manifiestan estos intereses estrechos son alguna de las artes, fechas (memoria sobre sucesos ocurridos día por día o capacidad de recordar calendarios completos), cálculo matemático, habilidades mecánicas y espaciales, lo que incluye realizar mediciones exactas sin instrumentos, y la facilidad para aprender varios idiomas. Una cuestión que no tiene explicación (como tampoco la tiene el por qué de estas habilidades en individuos con inteligencia inferior a la considerada normal) es que hay muchos más savants varones que mujeres, en una proporción de 6 a 1. Una curiosidad: el término “idiota savant” fue utilizado por primera vez por John Langdon Down (por quien ese síndrome lleva su nombre) en 1887. Más tarde se dejó de asociar los dos términos, descartando “idiota” por resultar ofensivo y discriminante.
En realidad, se estima que la cantidad de sabios “verdaderos” ronda apenas el centenar de personas en todo el planeta.
De todas maneras, existe una cierta relación entre la discapacidad intelectual y el Autismo, ya que mientras que en la población general se estima que los que poseen cocientes intelectuales por debajo de la media alcanzan solamente al 1%, entre aquellos diagnosticados con alguno de los TEA la proporción sería mucho mayor, probablemente rondando el 40%.
¿Genes o ambiente?
Hasta el día de hoy se ha detectado más de un centenar de genes a cuya mutación se le atribuye ser causa de alguna de las formas de Autismo. Algunos autores elevan la cifra a 150 y más, además de sospechar que es posible que existan todavía otros muchos sin descubrir. Si bien esta afirmación no ha logrado un consenso ecuménico, va ganando terreno, aunque con algunas dudas, ya que muchos de esos genes alterados también se sindican como causales de otras condiciones. Lo mismo se ha postulado respecto de la tendencia a CI más bajos que la media respecto del Autismo.
Un artículo aparecido en el New York Times en mayo de 2017 reseña una publicación de Nature Genetics en la cual se afirma haber identificado 52 genes responsables de determinar la inteligencia de las personas, cuya alteración provocaría problemas en ese rubro. Para ello, científicos estadounidenses, británicos y holandeses realizaron un estudio de metaanálisis que involucró a 78.308 individuos, aunque advierten que esos 52 solos no son determinantes acerca de la inteligencia, sino que estiman que debe haber muchos más, al tiempo que resaltan la importancia del medio ambiente y la crianza en la conformación de la inteligencia. Un año después, el mismo equipo afirma haber descubierto otros 939.
Por su parte, hace unos pocos años se desató una polémica acerca del peso de la genética y lo medioambiental respecto de la capacidad mental.
En un extremo puede citarse la posición del cirujano, político y empresario francés Laurent Alexandre, quien afirma que la cultura familiar y escolar no tiene casi influencia, ya que todo se debe a los genes. En su país de origen se lo tiene como un eugenicista. Otras posiciones reparten la causalidad, algunos atribuyendo proporciones similares, otros ponderando principalmente a las cuestiones ambientales, sin descartar cierta influencia genética.
En lo que respecta a los TEA, se cree que no existiría diferencia con el resto de la población, es decir, que esos mismos genes que determinan la inteligencia lo hacen para todos los casos.
También hay quienes postulan que los genes que determinan CI altos implican un mayor riesgo de portar alguno de los TEA.
En Osaka, Japón, se trató de brindar una respuesta certera acerca de la afirmación del carácter hereditario o no de inteligencia en personas con rasgos autistas recurriendo al estudio de parejas de mellizos, llegando a la conclusión de que los resultados son contradictorios, ya que algunos pares sometidos a pruebas estandarizadas presentaban fuertes correlaciones, mientras que en otros no ocurría lo mismo. Y los investigadores también afirman que no deben descartarse los factores ambientales en la búsqueda de relación entre CI y Autismo.
Conclusiones
Desde el mero sentido común, parece que tanto el exceso como la falta de información llevan al mismo punto: la falta de certezas. ¿Cómo se combinan los casi 1.000 genes de la inteligencia para determinar la capacidad intelectual de una persona? La combinatoria de los 991 da una cifra imposible.
Por otro lado, se están utilizando distintos métodos para tratar de determinar cuál es la capacidad mental de las personas con TEA distintos de los tradicionales, ya que no parece oportuno que se siga recurriendo a aquellos que requieren poner en juego precisamente uno de los rasgos principales de las distintas formas de Autismo, como son los problemas de comunicación. Tal vez ello permita tener una idea más ajustada acerca de cuál es la relación entre TEA e inteligencia.
Bibliografía:
– https://autismodiario.com/2015/12/27/las-caracteristicas-del-autismo-pueden-variar-segun-la-inteligencia/
– https://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0138698
– https://www.infosalus.com/salud-investigacion/noticia-autistas-tienen-inteligencia-intacta-menor-velocidad-mental-20190103140450.html
– https://www.fundacionineco.org/autismo-inteligencia-superior/
– https://www.appliedbehavioranalysisedu.org/is-autism-associated-with-higher-intelligence/
– https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC4927579/
– https://www.autismspeaks.org/autism-statistics-asd
– https://www.spectrumnews.org/features/deep-dive/revealing-autisms-hidden-strengths/
– https://www.spectrumnews.org/news/intelligence-behavior-shape-adulthood-for-people-with-autism/
– https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/31957035/
– https://www.sciencemag.org/news/2018/06/hundreds-new-genes-may-underlie-intelligence-also-autism-and-depression
– https://www.nature.com/articles/ng.3869
– https://nmas1.org/blog/2017/07/14/inteligencia-genetica