Se viene destacando desde hace bastante tiempo que el suministro de sus derivados es una importante herramienta para aliviar dolores crónicos, tales como los que suelen producir los cuadros neuropáticos y la espasticidad que se hace presente en esclerosis múltiple y en otras muchas afecciones con síntomas epileptoides.
Otro tanto parece suceder respecto a los que producen los cánceres, las migrañas y la fibromialgia.
En una reciente recopilación de información realizada por las Academias de Ciencias Nacionales de los EE.UU. se llegó a la conclusión de que pacientes adultos que padecían dolores crónicos obtenían reducciones significativas de los mismos cuando se los trataba con algunos derivados de cannabis.
Estudios de todo el mundo han hallado que estas plantas del orden de las cannabáceas que incluyen 11 géneros con algo así como 170 especies contienen al menos 568 moléculas distintas, 60 de las cuales son cannabinoides, que se sabe que actúan en el sistema endocannabinoide, que juega un papel central en el control del dolor. Dos de ellos, el tetrahidrocannabinol (THC) y el cannabidiol (CBD) exhiben propiedades sinérgicas en ese sentido, constituyendo el primero el componente psicoactivo de la marihuana, no tanto destilado, sino que ayuda a reducir las náuseas (también tras la quimioterapia) y a incrementar el apetito (tratamiento sugerido para la anorexia), mientras que el segundo ayuda a la relajación, a la disminución de los dolores y es un buen antiinflamatorio.
La autoridad sanitaria estadounidense ha autorizado varios medicamentos basados en estos derivados, algunos de los que pueden ser importados con autorización en la ANMAT en Argentina, previa receta médica, mientras se espera que de una vez por todas se venzan las resistencias interesadas, la pacatería y la desinformación de quienes se oponen a su implementación en nuestro país de la ley respectiva sobre cultivo y elaboración, aduciendo que es la puerta a la legalización de sustancias prohibidas o, en el colmo de la ignorancia, creyendo que se trata de esas mismas sustancias.
Parece que la posibilidad de medicamentos más baratos y con menos efectos secundarios negativos pone nerviosos a algunos que financian estudios de dudosa rigurosidad científica para descalificar una competencia que pone en riesgo parte de sus inmensos ingresos. ¿Y si llegara el autocultivo?