Introducción
El mutismo es un trastorno que afecta el habla de los niños. Raramente sucede que realmente no sean capaces de emitir ni una sola palabra. Esto ocurre solamente en casos extremos, en los cuales algún tipo de afectación, sea esta somática o de la psiquis, impide la expresión oral.
Todos los seres humanos tenemos tiempos distintos para la adquisición del lenguaje, aunque este se desarrolla en forma secuencial y se considera normal la consecución de determinadas capacidades dentro de un cierto rango temporal, teniendo en cuenta que las niñas suelen ser más precoces que los niños.
Así, en el período que va desde el nacimiento hasta los 3 meses el bebé gorjea, llora de distinta manera según sus necesidades y presenta una sonrisa social. Esos son los comienzos, los primeros ensayos para comunicarse con quienes lo rodean.
Entre los 4 y los 6 meses suelen continuar con el gorjeo y agregan balbuceos, utilizando sonidos de sílabas que se parecen al habla y también emiten sonidos para expresar placer o disgusto.
Desde los 7 meses y hasta el año, se complejiza el balbuceo con emisiones sonoras más largas, mientras que comienzan a utilizar sonidos y gestos para mantener la atención y también con objetivos diversos, como que los alcen, negarse a algo, despedirse, etc. Hacia el final del período comienzan a observarse imitaciones imperfectas del habla e incluso alrededor del año aparecen las primeras pa-labras, usualmente “mamá” y “papá”, junto con otras que pueden no ser tan claras.
A partir del año y hasta los dos incorporan cantidad de nuevas palabras, amplían la cantidad de letras a utilizar correctamente, comienzan a hacer preguntas simples y son capaces de utilizar frases de dos palabras.
Entre los 2 y los 3 años consiguen articular frases referidas a lugares, cosas y acciones familiares, al tiempo de que son capaces de nombrar objetos que no están al alcance de su vista, utilizan correctamente palabras para referirse a posicionamiento (en, dentro, detrás, debajo, etc.), imitan sonidos de aviones, autos u otros al jugar, comienzan las preguntas del por qué, aparecen las combinaciones de tres palabras y se les entiende todo lo que hablan.
En la etapa siguiente, la que transcurre entre los 3 y los 4 años, son capaces de responder preguntas sencillas sobre quién, qué y dónde; pueden rimar palabras; comienzan a utilizar pronombres; empiezan a utilizar el plural; arman preguntas con cuándo y cómo; refieren lo que hacen en otros ámbitos, como la escuela o la casa de terceros; construyen oraciones con cuatro palabras y arman enunciados más complejos, con hasta cuatro oraciones.
Para los 4/5 años son capaces de utilizar todos los sonidos del lenguaje (aunque pueden presentarse algunos errores); saben expresar las letras y los números; utilizan oraciones que contienen más de un verbo (es posible que se cometan errores con los irregulares); es factible que cuenten cuentos breves; están habilitados para mantener conversaciones relativamente largas; adecúan su habla a las circunstancias, como, por ejemplo, distintas formas con pares que con adultos.
Las características precedentes son las principales, por lo cual el listado no es taxativo. Por otro lado, para que exista un problema asociado con el habla el retraso debe ser significativo y, según distintos especialistas en el tema, el diferimiento en el logro de las metas debe abarcar al menos entre tres y seis meses.
Tipos y causas de mutismo
Existen distintas formas de considerar los diversos tipos de mutismo.
Una de ellas lo divide en retraso en la aparición del lenguaje y mutismo adquirido.
El primero de ellos se desglosa en otros dos, por un lado, el retraso puro del habla, que puede atribuirse a la falta de madurez en las habilidades motoras del habla (problemas de pronunciación, tartamudeo, etc.); por el otro, el denominado retraso simple del lenguaje, el que no solamente se relaciona con la forma en que se habla, sino que comprende también los aspectos semánticos y morfológicos.
El mutismo adquirido se abre en dos variantes: el mutismo total, cuando se da una desaparición absoluta del lenguaje hablado, la que puede producirse en forma gradual o repentina, que se considera la variable más grave, y que suele deberse a trastornos psiquiátricos y/o emocionales; y el mutismo selectivo, que se describe como el habla inhibida del niño pero solamente ante determinadas situaciones sociales o personas extrañas, entre otras, aunque la comprensión se halla preservada.
Respecto de esta última subclase algunos trabajos especifican aun más, y la dividen en mutismo selectivo de personas, por lo que solamente les hablan a unas pocas de su plena confianza; el idiomático, que afecta a niños de familias inmigrantes con diferente lengua, que, pese a comprender perfectamente la nueva, se niegan a hablarla, y, finalmente, el de situaciones, por el cual solamente hablan en su hogar y en otros ámbitos acotados.
Otra manera de clasificar el mutismo es de acuerdo a su origen, por lo que se citan dos clases: aquellas cuya procedencia se ubica en el cerebro y las que se deben a cuestiones psicológicas.
Las primeras reciben el nombre de causas neurogénicas, en las cuales la ausencia de lenguaje se atribuye a algún daño producido en el cerebro. En este caso, el mutismo puede ser de corta duración o prolongado y estático o progresivo, dependiendo de la región cerebral afectada y de la dimensión del daño. Entre los factores que pueden reputarse como causales más frecuentes se hallan las cirugías del cerebro, los daños por golpes, las convulsiones, enfermedades del sistema nervioso (incluidas las infecciones), la demencia y la que pueden producir algunos medicamentos.
También es posible que sean efecto de algún otro trastorno de la palabra, como la afasia, la apraxia y la disartria.
La otra forma se rotula como mutismo psicogénico o también, como ya se vio, mutismo selectivo.
Algunos de quienes portan esta afectación de la palabra explican que aquello que quieren decir está en su cabeza, pero no son capaces de exteriorizarlo.
En este caso, no existe daño alguno en el cerebro, ni en el aparato fonatorio, sino que simplemente no pueden hablar en determinadas circunstancias.
Aunque mayoritariamente se da en la infancia, este mutismo puede aparecer a edades mayores. No debe confundirse con la timidez que muchos niños o niñas pequeños pueden manifestar, sino que se trata de una problemática que, de no ser tratada, puede persistir a lo largo de toda la vida, complicando seriamente la vida de relación, las posibilidades académicas, las sociales y las laborales.
Algunos estudios lo dividen en tres formas: el electivo (cuando alguien decide no hablar), el selectivo propiamente dicho (aquel que quiere, pero no puede en ciertas circunstancias) y el total.
Las causas más frecuentes que se citan son: estrés, cambios repentinos en la vida y sentirse amenazado.
Los factores que inciden en su producción se asocian mayoritariamente con alguno de estos trastornos: historial de ansiedad, timidez extrema, desórdenes de tipo sensorial, problemas serios de audición, trastorno obsesivo-compulsivo, entornos bi o poli lingüísticos, depresión, acotadas posibilidades de interacción social, entre otros.
Otra manera de considerar el mutismo tiene que ver con que existiría uno “benigno”, el que usualmente se resuelve por sí mismo entre los 5 y los 6 años, y aquel otro severo, en el que la aparición de la palabra hablada se retrasa notablemente, en algunos casos no antes de los 5 años, y que suele desarrollarse posteriormente de manera lenta e imperfecta.
También existen otras problemáticas que se señalan como posibles fuentes de mutismo:
– Los defectos de los órganos del habla y los periféricos, pueden ser una causa (fisura palatina, frenillo corto, vegetaciones adenoidales, etc.), aunque no en todos los casos.
– Déficit auditivo y visual: el oído en condiciones es un requisito fundamental para desarrollar el habla, en caso contrario, esta se alterará. Otro tanto ocurre con la vista, ya que el niño pequeño observa e imita los movimientos de la boca de los demás cuando le hablan.
– La capacidad intelectual es otro factor que puede incidir, dado que pensamiento y lenguaje van juntos. Aunque se pueda establecer una cierta relación entre mayor capacidad y mejor desarrollo del habla, ello no siempre es así. De todas maneras, las alteraciones más profundas en este sentido pueden llevar a alguno de los tipos de mutismo, incluido el total.
– Los retrasos en la evolución corporal también intervienen para que existan problemas en la expresión oral. El bajo peso al nacer, la prematuridad y/o las perturbaciones nutritivas hacen que en algunas personas el desarrollo psicomotor se retrase o, en los casos más serios, no puedan alcanzarse las metas esperables, lo que afecta el desarrollo del lenguaje. Los eventos más extremos llevan a que algunas personas no sean capaces de hablar.
– La influencia negativa del entorno es un elemento más a considerar. Por ejemplo, la baja estimulación del habla conspira para que el niño lo desarrolle normalmente. Los conflictos familiares son otra fuente importante de mutismo, sobre todo cuando estos son persistentes. La sobreprotección, frecuentemente por parte de las madres pero en ocasiones también de los padres, es un aspecto importante más que puede hacer que un niño hable poco o no hable sino con un número acotado de personas, así como ocurre otro tanto con los entornos agresivos y con aquellos en los cuales el niño no es valorado.
– Los trastornos del espectro autista y otras condiciones similares pueden ser otra de las causas del mutismo.
– Los abusos y el bullying son otras fuentes posibles.
Diagnóstico
Es necesario insistir en que no cualquier retraso en la adquisición de los distintos hitos en la evolución del habla es motivo de preocupación, sino que la demora y/o la alteración tiene que ser prolongada y de cierta entidad. En todo caso, ante la sospecha de que algo no va como debiera, siempre es mejor hacer una consulta con el pediatra del niño.
No hay una forma de diagnosticar la problemática asociada a las distintas formas e intensidades que presenta el mutismo, sino que ella se basa fundamentalmente en la observación que pueden realizar los propios padres y que llevan a la consulta con el médico, para que este evalúe la necesidad de derivación a un patólogo del lenguaje.
En los casos de mutismo total, la detección resulta evidente, así como ocurre en los que la selección de dónde o con quién hablar es extrema. En aquellos más sutiles, los síntomas suelen presentarse como una timidez extrema, un marcado aislamiento, cierta compulsividad, temperamento inestable, conductas negativas, dificultad para seguir órdenes o instrucciones sencillas, cuesta entender lo que dice (de acuerdo a su edad), no construye frases espontáneamente sino por imitación, no comunica oralmente sus necesidades, tiene problemas con la retención de esfínteres, entre otros. Estos signos pueden presentarse en forma aislada, aunque es más frecuente que lo hagan de a dos o más.
Tratamiento
El tratamiento del mutismo depende no solamente de aquello que le da origen, sino también de las peculiaridades de cada uno de los pacientes.
El médico del niño evaluará, junto con los padres, la derivación hacia un especialista del lenguaje, quien realizará una evaluación del cuadro (qué entiende el niño, las limitaciones expresivas, las formas de comunicación, el estado del aparato fonador, la posible existencia de problemas auditivos, etc.), incluyendo la toma de imágenes del cerebro para determinar la posible existencia de causas neurogénicas, realizado lo cual se procederá a determinar las estrategias a seguir respecto de cada individuo en particular.
En aquellos casos en que el mutismo se deba a factores psicogénicos, es necesario trabajar no solamente respecto del problema puntual, sino fundamentalmente sobre aquello que resulta ser el origen. Por otro lado, remover las causas sociales, cuando ellas son el fundamento de la falta de comunicación oral, es otra tarea a realizar.
Si el problema se debe factores neurogénicos, salvo aquellos en los que el daño es muy extenso y para condiciones tales como la parálisis cerebral en su fase más extrema, el pronóstico tiende a ser bueno, ya que, con el adecuado tratamiento, el cerebro tiene la plasticidad suficiente como para asignar a otras áreas las funciones que se ven afectadas por traumas, accidentes cerebrovasculares y otros eventos, por lo cual es posible, en la mayor parte de los casos, lograr o recuperar la comunicación oral. Es por ello que la detección temprana de los inconvenientes es muy importante, ya que cuanto menor sea la edad a la que se comiencen a tratar los efectos del mutismo, mejor resulta el pronóstico, puesto que hay una mayor flexibilidad en el cerebro.
Además del pediatra, del experto en lenguaje, puede ser necesario recurrir a otros especialistas, como neurólogos, terapistas del habla, psicólogos, psiquiatras, fisioterapeutas, etc., siempre acorde a las características del sujeto.
A su vez, la familia y todo el entorno del niño debe comprometerse con la tarea, ya que es el ámbito donde se desarrolla la mayor parte de la vida, sobre todo en los más pequeños.
Estimular el habla implica alentar, no coercionar ni imponer, sino aprovechar cada ocasión para que el niño hable. Asimismo, es preferible no mencionar los problemas que enfrenta delante del propio sujeto, aunque sea con el otro padre o madre, familiares, terapeutas, hermanos, etc.
Dedicarle mucho tiempo al niño, aun desde la más temprana edad, es una buena medida, hablándole, cantándole, fomentando la imitación de sonidos y gestos. También la lectura de cuentos resulta una herramienta pertinente, sobre todo aquellos que tienen imágenes y/o texturas para que los más pequeños se interesen en ellas.
Darle lugar en la toma de decisiones, hacerlo participar en aquello que lo concierne, siempre de acuerdo a su edad y grado de madurez, también es una estrategia adecuada.
Brindarle apoyo, acogerlo, hacerlo sentir seguro también ayuda a que se consigan mejores resultados, así como evitar la sorpresa de encontrarse con situaciones o personas que lo inclinan al mutismo, alertando sobre su ocurrencia.
El trabajo de los profesionales y el de los padres debe realizarse en conjunto, así como el diseño de los caminos a seguir, ya que es necesario evitar superposiciones y sobre todo, las contradicciones.
Conclusiones
Como ya se dijo, el mutismo raramente es absoluto, salvo en casos extremos. En la mayor parte de ellos, aunque se deban a factores traumáticos, tanto físicos como psíquicos, la mejoría es posible.
No hay que desesperarse, ya que en ocasiones los progresos son lentos. A veces los propios padres necesitarán el apoyo de profesionales de la salud para lidiar con el problema y también contactarse con otros en su misma situación, no solamente para conseguir apoyo y comprensión, sino también porque siempre hay otros que pasaron o pasan por escenarios similares y compartir experiencias puede abrir nuevas perspectivas.
Consultas:
– http://sisbib.unmsm.edu.pe/bibvirtual/libros/linguistica/leng_ni%C3%B1o/El_Hab_y_Retra_desarro.htm
– https://www.speechpathologygraduateprograms.org/mutism/
– https://www.asha.org/public/speech/development/que-tal-habla-y-oye-su-nino/
– https://www.nidcd.nih.gov/es/espanol/etapas-del-desarrollo-del-habla-y-el-lenguaje
– http://www.apepalen.cyl.com/diversidad/diver/logope/nohabl.htm
– https://medlineplus.gov/spanish/speechandlanguageproblemsinchildren.html
– https://www.guiainfantil.com/articulos/salud/logopedia/cuando-el-nino-de-3-anos-no-habla/
– https://faros.hsjdbcn.org/es/articulo/indicios-identificar-si-nino-padece-mutismo-tipo
– https://kidshealth.org/es/parents/not-talk-esp.html
– https://medlineplus.gov/spanish/ency/article/001546.htm