Se habla constantemente del aula inclusiva, de todo lo que podemos trabajar en el aula y hasta de actualizar las estructuras dentro del aula, pero ¡nadie se acuerda de los recreos! Un espacio tan propio de nenes y nenas, donde están permanentemente socializando. Un lugar en el que se relajan, descansan, conversan, juegan, comen… Es el lugar más esperado de visitar para muchos y el ratito en el que pueden desconectar un poco del aprendizaje formal.
Lo primero que tenemos que entender es la organización oficial del recreo. Sí, es cierto que es un espacio de esparcimiento pero también ahí tenemos que poner reglas claras. Los docentes a cargo del recreo son los que están a cargo. Y, como en el caso de las aulas, los Acompañantes terapéuticos tenemos pacientes, no alumnos. Por lo tanto, los docentes están a cargo de todos sus alumnos, incluso de nuestros pacientes. Está más que claro que el acompañamiento también se extiende a ese momento de relajación, pero de la misma manera que se trabaja en el aula, es decir, las normas las pone la escuela, las transmite el docente y este mismo es quien debe hacer que se cumplan. Si no se puede correr y nuestro paciente corre, es el docente quien le recordará las normas. Nuestra tarea es acompañarlos a comprender esa norma, brindarle herramientas de accesibilidad al contenido, a lo que implica esa norma. Luego, igual que en el aula, es el paciente quien debe realizar la actividad, en este caso cumplir con la regla de no correr.
Parece complejo pero en verdad no lo es, nosotros acompañamos. No enseñamos las tablas, no explicamos sujeto y predicado, y tampoco vigilamos el cumplimiento de las reglas del recreo. Acompañamos. Esto no quiere decir que si nuestro paciente viene a pedirnos que lo ayudemos a abrir el alfajor, no vayamos a hacerlo. Tampoco vamos a alejarnos porque es nuestra labor estar siempre acompañando. Pero no tomaremos responsabilidades que van más allá de nuestra incumbencia porque puede resultar, incluso, peligroso.
En algún momento de mi carrera me tocó acompañar a un pacientito de segundo grado que era muy inquieto. No se trataba de un diagnóstico de hiperactividad, de hecho en el aula trabajaba de manera tranquila, calmada y se concentraba mucho en realizar todas las tareas. Pero sonaba el timbre y se transformaba en un cohete. No paraba de correr, saltaba todo elástico que hubiera en el patio, pateaba cualquier pelota que apareciera, perseguía a todos los avioncitos de papel que volaban en el patio. Imposible hacer que se quede quieto. Lo más curioso es que el grado entero era igual.
Todo un debate se desató con la docente dado que me solicitaba constantemente que la ayudara a vigilar a sus alumnos. Reitero: sus alumnos. Por supuesto, me negué a correr detrás de ninguno de sus alumnos, tampoco pudo convencerme de acompañar al baño a nadie, ni de ponerme a jugar al elástico con nadie. No es que no quisiera, pero el AT no entretiene, acompaña. Sí, van a pensar que ya lo mencioné varias veces, pero no podrían creer lo difícil que fue ese año explicarle mi función a la docente de segundo grado.
De más está decir que fue un caso, y que muchos docentes la tienen clarísima. En este artículo en el que hablamos específicamente del recreo, traigo el recuerdo de haber pasado el año escolar entero acompañando a la docente en su camino hacia la comprensión de los roles de cada una.
Finalmente, pude hablar con el coordinador pedagógico sobre los recreos y acercar una propuesta que colaboró a organizar actividades recreativas que pudieron favorecer el desarrollo de esos ratos de esparcimiento.
Para crear recreos inclusivos debemos tener en cuenta tres puntos fundamentales: la accesibilidad, los recursos y la voluntad. Siendo espacios tan oportunos para la socialización, con estos tres puntos en claro se puede armar una experiencia inmejorable. Podemos pensar, por ejemplo, en un rincón para jugar a la rayuela. Solo necesitamos dibujarla en el piso y ver cómo se acercan a saltar los que de verdad requieren descargar energías.
En otro rincón se puede proponer jugar a las cartas sobre una mesa, también dibujada en el piso. Si la cooperadora está de acuerdo, varios mazos de cartas a disposición de los nenes y nenas harán la diferencia.
Otra de las opciones, y soy testigo de que funciona, es el despliegue de libros, particularmente de chistes para chicos, los cuales generan buena energía entre todos. Habrá que ir renovándolos, pero las familias verán con tan buenos ojos la propuesta que enviarán libros para los recreos.
También es muy importante dibujar círculos grandes donde se los invitará a sentarse para charlar, para comer sus refrigerios, para hacer nada.
Todos estos son espacios le permiten a los alumnos y alumnas tener opciones para pasar los recreos de la mejor manera posible, y favorecemos la inclusión de aquellos que necesitan descargar, correr, saltar, dirigiendo esa energía en actividades sociales.
Fernanda Argüello*
* Fernanda Argüello es Acompañante terapéutica, Profesional de apoyo a la inclusión. Escritora de libros infantiles.
Instagram: @at.terapiahoy