Introducción
Aunque no seamos plenamente conscientes de ello, los distintos ámbitos en que nos desenvolvemos (el hogar, la escuela, el trabajo, la calle, etc.) son una fuente constante de estímulos que impactan en nuestros sentidos (el ruido de una sirena, la luz que se refleja sobre un vidrio, el olor del césped recién cortado, la serie de movimientos para acceder al interior de un vehículo, el gusto de una bebida, el roce de la ropa sobre la piel y muchísimos otros).
Generalmente, somos capaces de ignorar o de pasar a segundo plano toda aquella información que se desprende de dicha estimulación que no nos resulta pertinente, para lo cual nuestro cerebro la procesa en forma casi automática, respondiendo solamente a la que nos resulta pertinente.
No hace falta poseer una imaginación demasiado frondosa para comprender el caos que implicaría para nuestro desenvolvimiento si tuviéramos que prestar atención a todos y cada uno de los estímulos o, lo que es lo mismo, si ninguno, ni siquiera los más necesarios, nos llegara.
Eso es, precisamente, lo que ocurre con aquellas personas que manifiestan un Trastorno del Procesamiento Sensorial (TPS).
Definiciones y características
De alguna manera, qué es un TPS ha quedado reflejado en los párrafos anteriores. De todas formas, recurriremos a definiciones un tanto más “científicas” al respecto para ubicarnos mejor.
Una de ellas explica que se trata de una condición en la cual el cerebro tiene problemas recibiendo y respondiendo a la información que proviene de los sentidos.
Otra aduce que es una condición neurológica que existe cuando las señales sensoriales no se organizan con respuestas apropiadas.
Una tercera menciona que se distingue por las dificultades para interpretar y organizar la información que captan los órganos sensoriales.
Hay otras, aunque todas aluden a lo mismo: la dificultad en el funcionamiento del circuito entre estímulo y respuesta adecuada.
Existe la tendencia a pensar que el TPS solamente implica una sobre-reacción ante los estímulos, pero, en realidad, su opuesto también califica, esto es, asimismo comprende la falta de reacción cuando ella es requerida.
Como toda problemática que interesa a los seres humanos, existen diferentes grados de afectación y diversas formas de manifestación.
En ese sentido, los síntomas pueden ir desde pequeños inconvenientes hasta graves consecuencias que empobrecen la vida de las personas.
Aunque no hay estadísticas al respecto, algunos estudios realizados sobre un número relativamente pequeño de sujetos en edad escolar revelan que se trata de un problema mucho más frecuente de lo que puede pensarse, dado que las distintas mediciones hablan de un 5 a un 16% de niños afectados, lo que parece un tanto exagerado, sobre todo en su extremo máximo.
Por otro lado, pese a que existen algunos intentos de explicación (las siempre presentes causas genéticas, problemas de conexión entre zonas del cerebro, actividad cerebral anormal, etc.), se trata de investigaciones aisladas o sospechas que, hasta la fecha, no han logrado una confirmación científica, por lo que, en realidad, su causa permanece desconocida.
Un dato interesante es que, en general, no se reconoce al Trastorno como una entidad en sí misma, sino que, por ejemplo en el DSM-V, el famoso manual estadístico de los psiquiatras estadounidenses, aparece asociado a otras problemáticas, como los Trastornos del Espectro Autista y al Trastorno por Déficit de Atención (con y sin Hiperactividad).
Es un hecho que tanto en los casos de TEA como en los de TDA/H, muchos de sus portadores tienen TPS (en el caso del Autismo, se estima que abarca entre el 60 y el 80%), aunque al mismo tiempo se reportan otros pacientes en los cuales el diagnóstico no se condice con la tipología que presentan estas dos problemáticas, por lo que cada vez gana más terreno su instalación como una entidad nosológica propia.
Clasificación y síntomas
Según qué aspectos se tengan en cuenta, se clasifica a los TPS de diferentes maneras.
Una primera (y la más evidente) es hacerlo según que el sujeto implicado presente híper o hipo-reacción a los estímulos.
En el caso de la respuesta disminuida, quienes presenten esta forma pueden permanecer impertérritos ante estímulos tales como frío, calor o, lo que es aun más peligroso, al dolor, con lo cual suelen no reaccionar ante situaciones en las que está en riesgo su integridad física. Otra conducta frecuente de estas personas es buscar estímulos más fuertes o constantes que compensen su falta de sensaciones.
También existen sujetos que presentan ambas características, es decir, son hiperreactivos para algunos estímulos e hiporreactivos para otros.
Otra forma de clasificación se realiza con base en los sentidos implicados. Desde esta perspectiva, las dificultades pueden ser de tipo:
– Auditivo: Suelen ser frecuentes y de fácil percepción, sobre todo en la hipersensibilidad, puesto que el sujeto reacciona desmedidamente ante ruidos y sonidos, incluso algunos apenas perceptibles, así como muchos de ellos no son capaces de regular el volumen de su propia voz. Los opuestos, por el contrario, suelen no reaccionar ante acontecimientos acústicos importantes.
– Visual: Se estima que alrededor del 80% de las señales que recibimos son de esta clase. Ciertas imágenes, colores, intensidades de luz, etc., pueden constituirse en agresiones para quienes portan TPS. A su vez, cuestiones como gestos y señales es posible que permanezcan incomprensibles para aquellos con sensibilidad disminuida.
– Táctil: Mínimos roces, determinadas texturas y abrazos, por ejemplo, es posible que provoquen crisis en algunos, mientras que sus opuestos suelen buscar un contacto más asiduo.
– Olfativo: Otro tanto ocurre con algunos olores, los que no necesariamente deben ser fuertes o desagradables.
– Gustativo: Ciertos sabores pueden resultar intolerables o, por el contrario, no percibir otros que sean repugnantes a la mayoría de las personas.
– Vestibular: El sistema vestibular se encuentra en el oído interno y se encarga de lo atinente a la orientación espacial y al equilibrio. Por lo tanto, está implicado en la coordinación de los movimientos. La alteración de los datos percibidos hace que los individuos con TPS puedan tener problemas de motricidad fina y gruesa, al extremo de producirles pánico una escalera, por ejemplo. Y también su contrario, esto es, aquellos que se lanzan a un movimiento constante, sin percibir a los demás ni a los peligros subyacentes.
– Propioceptivo: Se trata de la capacidad de nuestro organismo de informarnos sobre el estado interno, así como del posicionamiento de nuestro cuerpo en el espacio. La alteración de esta información tiene consecuencias respecto de la motricidad y el entorno, al tiempo que sobredimensiona o ignora los signos de alerta que emite nuestro interior respecto de posibles problemas (dolores, molestias, inflamaciones, etc.).
Resulta obvio señalar que los problemas sensoriales pueden afectar a uno solo de los sentidos, aunque es más frecuente que comprometan a dos o más.
Otra clasificación se relaciona con los componentes de la disfunción de la integración sensorial. En ese sentido, existen tres áreas:
1. Desorden de la modulación sensorial, que hace referencia a la dificultad de ajustar la forma y el monto de las respuestas a la intensidad y la naturaleza de los estímulos.
2. Desorden motor basado en lo sensorial, que tiene relación con la dificultad de moverse, mantener el equilibrio o planificar una serie de movimientos acordes con los estímulos recibidos.
3. Desórdenes de la discriminación sensorial, que implica la capacidad limitada o nula de establecer similitudes y diferencias entre distintas señales sensibles.
Aquí nuevamente puede presentarse uno solo de estos desórdenes o más.
En lo que respecta a los síntomas, algunos resultan mucho más evidentes que otros. A su vez, las respuestas varían notablemente, cubriendo un amplio espectro, que va desde pequeñas manifestaciones físicas apenas perceptibles, hasta otras más intensas (vómitos, estallidos emocionales, alejarse abruptamente de la fuente de estímulos sin medir las consecuencias, estereotipias muy marcadas, etc.).
Además de las reacciones desmedidas en forma positiva o negativa a ciertos estímulos, los sujetos implicados tienen tendencia a mostrar, entre otros, signos de:
– Letargo o desinterés, pareciendo ensimismados.
– Dificultades en la regulación de las conductas y las respuestas emocionales, así como manifiestan estallidos demasiado frecuentes e intensos, nada los complace o, por el contrario, se conforman con demasiada facilidad.
– Fácil distractibilidad, con muestras de una pobre atención y concentración.
– Habilidades motrices empobrecidas, poca coordinación de los movimientos, del equilibrio y escasa capacidad de planificación en este área, que inclusive es probable que se exprese en tareas tales como la escritura.
– Mala calidad del sueño.
– Restricción en la cantidad y la calidad de la alimentación o, por el contrario, desórdenes en ella.
– Aparentan poseer bajo tono muscular (sin compromiso físico real), se cansan muy rápidamente.
– Realizar las tareas con demasiada energía, con extremada velocidad, incluso con escritura demasiado tenue o extremadamente marcada.
– Problemas respecto de la aceptación de los cambios de las rutinas y/o en la transición entre tareas diferentes.
– Inconvenientes para jugar con otros niños, prefiriendo el juego en solitario.
– Dificultades en hacer amigos y en mantenerlos.
Como puede apreciarse, estos y otros síntomas que suelen presentarse hacen que se resientan distintos ámbitos de la vida de estas personas, lo que incluye su rendimiento escolar, sus posibilidades laborales y su capacidad de integración social.
Diagnóstico y tratamiento
No existen pruebas de laboratorio capaces de detectar y/o confirmar la presencia de TPS en un sujeto, por lo que su diagnóstico se realiza por la observación clínica, junto con los datos que aportan sus allegados.
Una cuestión a dilucidar es si se trata, en cada caso particular, de una afección primaria o la consecuencia de alguna otra, como los ya mencionados TEA y TAD/H u otras, puesto que es posible que ello requiera de un abordaje diferente, según la naturaleza de la problemática, que se suma a lo ya expresado respecto de que la intensidad, el grado de compromiso y los sentidos involucrados presentan una varianza notable de un sujeto a otro.
Si bien algunos de los implicados requerirán probablemente tratamientos medicamentosos (con psicofármacos), siempre que se pueda, es mejor evitarlos y, en todo caso, serán complementarios de otras intervenciones que trabajen sobre las deficiencias específicas de cada individuo.
Generalmente se acepta que la Terapia Ocupacional es la mejor vía para mejorar las habilidades afectadas, aunque no se descarta otro tipo de tratamientos, como la psicoterapia, que pueden coadyuvar a la mejora.
Básicamente, lo que procuran los terapistas ocupacionales es realizar diferentes tareas y entrenamientos que hagan menos conflictivos aquellos estímulos que impactan desmedidamente sobre los pacientes, acostumbrándolos a ellos progresivamente.
En caso de dejar transcurrir los TPS sin prestarles atención, estos pueden incluso agudizarse, haciendo extremadamente dificultoso para estos sujetos enfrentarse hasta a las tareas cotidianas más simples, imposibilitándolos para recibir y comprender instrucciones, disminuyendo su autoestima y su confianza, llenándolos de angustia y estrés, obstruyendo su capacidad de comunicación con los demás, limitando sus posibilidades educativas y laborales, entre otras muchas consecuencias que empobrecen la vida.
Como respaldo de los tratamientos pertinentes llevados adelante por médicos y terapistas, quienes rodean a estos sujetos, además de implicarse activamente en ellos, pueden realizar algunas tareas que les alivien la incomodidad y el sufrimiento, por ejemplo:
– Aprender lo más posible sobre esta condición. Entenderla es un primer paso muy importante y conocer las diferentes terapéuticas existentes ayuda a tomar mejores decisiones al respecto.
– Conocer las dificultades específicas de cada niño permite anticipar y/o evitar situaciones estresantes para el mismo y para quienes lo rodean.
– La provisión de ámbitos seguros permite que el sujeto se provea de un refugio donde calmarse y minimizar las consecuencias. No es necesario que sea un ambiente enorme, sino que quizás el rincón de una habitación en el cual no existan los estímulos que lo alteran sea suficiente.
– Buscar consejo de los expertos permite disminuir los riesgos.
– Conectarse con otros padres que se encuentren en una situación similar permite compartir experiencias y conseguir apoyos y consejos que suelen resultar útiles.
– Anticipar al niño aquellos cambios que se sabe que se producirán y que son capaces de afectarlo.
– Explicar en los ámbitos en los que la persona va insertarse cuál es su problemática, para que, por un lado, ello no tome por sorpresa a quienes los compartan, disminuyendo la posibilidad de rechazo, y, por el otro, para que se lleven a cabo las adaptaciones posibles que disminuyan el impacto.
Para terminar
Todos los niños pueden presentar algún período difícil y reacciones inadecuadas ante distintos estímulos, aunque lo que define a los TPS como tales es su persistencia en el tiempo y que no se deban a situaciones de duelo, abuso u otras cuestiones de índole psíquica que los afecten.
Si bien la prevalencia anotada parece exagerada, se trata de una problemática extendida que requiere que se le preste la atención pertinente, puesto que, de no hacerlo, la vida de estas personas se torna extremadamente complicada. La buena nueva es que, con las intervenciones adecuadas para cada persona, estas logran superar en gran medida las limitaciones que estos Trastornos plantean.
Algunas fuentes:
– https://www.understood.org/es-mx/learning-attention-issues/child-learning-disabilities/sen sory-processing-issues/understanding-sensory-processing-is sues
– https://www.webmd.com/chil dren/sensory-processing-disorder#1
– https://childdevelopment.com.au/areas-of-concern/diagnoses/sensory-processing-disorder-spd/
– https://www.parents.com/heal th/kids-who-feel-too-much/