Colocando las baquetas (los famosos palitos) con sus mangas y sosteniéndolos con los pliegues de los codos, cuando tocaba con mucha fuerza o demasiado rápido, las mismas se deslizaban de su agarre o salían volando.
Observando la destreza y la tenacidad de la niña, el director de la banda, que conocía un programa de la Universidad Tecnológica del Estado que ponía en contacto a diferentes grupos de alumnos con niños con discapacidad para aportarles tecnología asistiva, recomendó a Aubrey como participante.
Un equipo de diez alumnos, supervisado por sus profesores, se puso manos a la obra, contactando a la baterista, realizando distintos diseños, hasta que finalmente dieron con el apropiado.
Ella utilizaba un brazo mioeléctrico Hero (https://openbionics.com/hero-arm/), realizado con impresión 3D, útil para muchas otras tareas, pero no para aporrear redoblantes y tontones.
Lo notable de esta prótesis, también creada bajo esa forma de impresión, es que sobre la misma base pueden adosarse diferentes utensilios para realizar distintas tareas.
Más allá de la inclaudicable voluntad de esta niña para hacer lo que le gusta, que existan instituciones estatales que aporten a ello es lo que hace que se haga posible cumplir los deseos de quienes no pueden hacerlo por sus propios medios, sea porque carecen del conocimiento, de lugares a los cuales recurrir y/o del dinero para costearlo.
Jennifer, la madre, es su motor y contar con una comunidad que no solamente no impide el desarrollo de sus estudiantes, sino que se ocupa de poner esas potencias en acto, como el director de la banda, sumado al Estado cumpliendo su rol inclusivo a través de programas que busquen servir como herramientas de inclusión, es lo que permite que estas historias existan. Los esfuerzos personales son importantes, pero si no se cuenta con un entorno posibilitador, se frustran.
Aubrey sigue tocando y los demás niños con discapacidad de la región central de Tennessee también.