Según estudios de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe, 2006) existen cuatro tendencias que han generado cambios en la estructura y el comportamiento en la familia:
a) La diversificación de las formas familiares (unipersonal, nuclear biparental y monoparental, extendidas, ensambladas).
b) La transformación de la figura del “hombre proveedor”, que se está reformando por la inclusión de la mujer en el mercado laboral, generando una transición a la forma de “familias de doble ingreso”.
c) La tendencia creciente de las familias con jefatura femenina, las que generalmente son nucleares monoparentales.
d) La reducción del tamaño promedio de las familias y hogares: está asociada a la disminución de la tasa de fecundidad total de la población.
Estas nuevas condiciones económicas, junto a las realidades sociales, han generado profundos cambios en la concepción tradicional de familias, que a semejanza de las leyes de la naturaleza nos da la idea de parentesco fundamentada en un padre y una madre, es decir, de un progenitor y una progenitora, el cual prevalecen en el modelo nuclear del concepto.
La realidad muestra la diversidad familiar que reconoce familias posnucleares, las cuales pueden ser de hecho monoparentales, ensambladas, multiétnicas, adoptivas, de acogida, homoparental y de co-parentalidad. Todos los cambios en las organizaciones familiares no son un obstáculo para reconocer que, en esa familia, el niño o niña puede desarrollarse sanamente y construir su identidad, siempre y cuando haya adultos que garanticen su cuidado, su sostén y la implementación de normas.
Para que un niño sea criado en un clima saludable, es necesario contar con la salud emocional y mental del adulto o de la pareja y la misma no depende de su orientación sexual (Sociedad Argentina de Pediatría, 2010).
En cuanto a la aceptación de las diversas formas familiares constituidas y funcionantes en nuestro medio, es tarea de todo profesional de la salud y educación colaborar en el conocimiento y la difusión de los derechos de las mismas a desarrollarse en un ámbito de legalidad, libertad y tolerancia en igualdad de derechos.
Como profesionales tenemos que contribuir gestando ámbitos de reflexión que abran interrogantes y contribuyan a la posibilidad de seguir pensando acerca de las nuevas organizaciones familiares.
A pesar de la diversificación de las formas familiares en el contexto sociocultural Latinoamericano, el ideal de familia continúa siendo el modelo de familia tradicional nuclear biparental compuesto por padre, madre e hijos(as), el cual responde al paradigma social patriarcal en el que la heterosexualidad se adscribe como un ideal de construcción identitaria y una norma socialmente aceptada. Por ello la orientación sexual no heterosexual o la identidad de género no binaria / trans, es vivenciada por las familias como un elemento que causa disrupción y quiebres en su relacionamiento, alterando el vínculo y la comunicación familiar.
Bajo el modelo tradicional, las familias operan en la conformación y funciones, construyendo expectativas frente a su relación con el entorno (sistemas sociales) y a sus hijos(as), en donde se establecen ideales de crianza y del desarrollo de su proyecto de vida, de su interacción con la sociedad, de la construcción de su sexualidad, identidad y orientación sexual, en donde de acuerdo al mismo modelo patriarcal el ideal es que se identifique como hombre o mujer de acuerdo al cuerpo con el que nació y que tenga una construcción de la orientación heterosexual (Alfonso y Rodríguez, 2007).
La perspectiva de género constituye entonces una herramienta teórica que no depende de que el o la profesional se considere a sí mismo/a como respetuoso de la diversidad sexo genérica, sino que requiere de formación teórica, de nuevas herramientas conceptuales que en principio permitan poner luz sobre las antiguas teorías que respondieron a otros momentos históricos y sociales y con las cuales nos manejamos a la hora, no solo de intervenir terapéuticamente en el paciente, sino a través del modo en que lo configuramos como sujeto deseante, desarrollando una serie de expectativas sobre sus comportamientos y roles.
El psicoanalista Jorge Reitter dice: “No ser homofóbico en la vida privada no garantiza no ser heteronormativo en el ejercicio profesional”.
¿Por qué? Porque las teorías poseen un fuerte sesgo cis heteronormativo que en general no es percibido y muchas veces no es reconocido por gran parte de los profesionales que intervienen en los ámbitos de la salud y de la educación.
Por lo tanto, siguiendo a la Dra. M. Gabriela Córdoba en su libro “Ser Varón en tiempos feministas”:
La perspectiva de género nos aporta los lentes para “develar lo invisible” en el discurso social y analizar las prácticas cotidianas como puerta de entrada a la configuración subjetiva, teniendo como marco el paradigma de la complejidad, que implica trabajar con nociones de pluralidad, diversidad y heterogeneidad. Ello involucra interrogar cómo opera este entramado sociocultural en la constitución subjetiva, pesquisando cómo y por qué se invisten y negocian, posiciones y sentidos singulares que combinan lo novedoso con lo tradicional”.
La perspectiva de género pone en evidencia que debemos observar al sujeto en su contexto, en la trama, el sistema que evidencia la dependencia que tiene del otro ( determinadas relaciones de poder y condiciones histórico sociales) que promueven las particularidades de los vínculos, el lenguaje, la estructura familiar, lo micro y macro de las estructuras sociales; en síntesis, las representaciones que la sociedad instaura para la conformación de sujetos y las maneras en las que cada sujeto constituirá su singularidad, lo que determinará luego en él/ella la organización de su identidad, el tipo de elección de objeto y de sexualidad y deseo erótico (Bleichmar, 2005).
Como profesionales que trabajamos con niñeces y adolescencias debemos centrar la atención en el sistema familiar, entendiendo que el paciente es parte de un tejido de vínculos y relaciones que lo instituyen, y que a su vez el sistema familiar es parte de un sistema mayor: lo social, por lo que cada sistema: individual, familiar y social, sostendrá en sí mismo las expectativas (es decir hacia donde se espera/necesita que fluya ese sistema), por lo que en el caso del sistema familiar será criar hijos e hijas para la producción y reproducción simbólica y material de significados que respondan a una sociedad cis -hetero- normada. Es decir que los padres y las madres suponen que sus hijos e hijas serán heterosexuales y probablemente conformarán su propia familia tradicional.
De este modo se espera que la familia, como parte de sus funciones, cumpla con la labor de “instalar al niño(a) en el orden simbólico” (Scott, 1996) que construya la identidad de género según los valores y comportamientos de lo masculino o de lo femenino y que esos comportamientos y valores correspondan al sexo biológico de nacimiento.
¿Entonces qué pasa cuando un hijo o hija expresa una identidad transgénero?
La familia vive una situación de extrema tensión que se percibe como un choque: por un lado las expectativas en relación al sexo/género sobre ese niño/a, y por el otro la función primordial de las familias que es “formar a la persona para que se integre en el sistema social de acuerdo al modelo binario de los géneros”, por ello las figuras parentales pueden no comprender lo que les está sucediendo a su hijo o hija, otros llegan con mucha culpa, ya que han realizado sanciones sobre el niño/a sobre sus acciones o actitudes que son leídas como “no correctas” o “anormales”, dado que estas actitudes son rechazadas por el modelo social.
Esta confrontación que causa ese “choque” es lo que Morín (1995) expresa como una “perturbación”, un evento, un acontecimiento o un accidente que tiene los elementos potencializadores para desencadenar una posible crisis.
Como profesionales de niñeces y adolescencias, que trabajamos con las familias, debemos ser conscientes que si no poseemos formación teórica sobre estos temas, es muy probable que nuestras intervenciones se conviertan en iatrogénicas, dado que favorecerán la desinformación y la reproducción de prejuicios.
En conclusión, en términos conceptuales, la sexualidad en las personas con discapacidad constituye dos campos amplios y diversos, que nos enfrentan a la infinidad de variedad de personas y situaciones, por lo que pensar la perspectiva de género como herramienta de intervención nos proporcionará un abordaje más abierto, profundo y sincero de la sexualidad como un valor en la vida de las personas con diversidad funcional.
Analía Lacquaniti*
* Analía Lacquaniti es Lic. en Psicología, Sexóloga clínica y educadora sexual. Terapeuta sistémico familiar. Vicepresidenta de AASES (Asociación Argentina de Sexología y Educación Sexual). Co-coordinadora General de SOMOS (Centro de Investigaciones en Géneros, Masculinidades y Diversidad del NOA).
Nota: Analía dictará nuevos seminarios. Enterate de todo en los siguientes enlaces:
18 y 19 de octubre: Hacia una educación sexual integral abierta a la diversidad
3, 10 y 17 de diciembre: Manifestaciones sexuales en niños y adolescentes con discapacidad: una propuesta metodológica para el abordaje con las familias