Según la Organización Mundial de la Salud, más de 55 millones de personas viven con demencia en el mundo (el 8,1% de las mujeres y el 5,4% de los varones mayores de 65 años, entre otros), algo más de 10 millones de los cuales habitan en el continente americano. A su vez, la Enfermedad de Alzheimer es la causa más frecuente, a la que la misma fuente le atribuye la producción de entre el 60 al 70% de los casos. Y los pronósticos no son buenos: calculan 78 millones de afectados para 2030 y 139 millones veinte años después.
Una investigación que reunió científicos británicos y belgas cree haber develado uno de los misterios que rodean la enfermedad: cómo mueren las neuronas, lo que produjo muchas especulaciones durante décadas, pero pocos resultados tangibles.
Desde hace mucho tiempo se sabe que es la pérdida de estas células la que provoca el Alzheimer y sus síntomas, incluidos los problemas de memoria.
Las exploraciones de los cerebros de estas personas han mostrado el crecimiento desmesurado de proteínas amiloides y tau que van ocupando el espacio entre las neuronas, produciendo la inflamación cerebral, lo que altera la química interna de las neuronas.
Los ovillos neurofibrilares (de las tau) aparecen y las células propias del cerebro comienzan a producir una molécula denominada MEG3, que dispara su muerte por un proceso llamado necroptosis, que usualmente se encarga del reemplazo de las neuronas caducas por otras plenas.
Los investigadores transplantaron neuronas humanas en ratones genéticamente modificados para producir las famosas placas amiloides y demás alteraciones usuales del Alzheimer. Cuando lograron detener la producción de MEG3 mediante un fármaco, otro tanto ocurrió respecto de la neurodegeneración propia de la enfermedad.
Se señaló que el descubrimiento de este mecanismo abre toda una nueva perspectiva para el tratamiento de la enfermedad, al tiempo que también se alerta que estos desarrollos muy posiblemente requieran años de investigación hasta que resulten apropiados para el abordaje eficaz, lo que no necesariamente implica la cura, aunque sí, de confirmarse los resultados presentes y futuros, detener la declinación en sus estados iniciales, lo que redundará en una menor mortandad y una mejor calidad de vida.