¿Qué es el acoso escolar o bullying?
Parece algo relativamente novedoso, pero en realidad no lo es, ya que las cuestiones de discriminación vienen de larga data en la historia humana. Lo que sucede es que en las últimas décadas parece haberse intensificado esta forma específica, al tiempo que ha logrado una mayor atención social.
Algunas publicaciones hablan de que es un fenómeno que pasó de tratarse de una manera “normal” de relacionarse entre los jóvenes, una especie de ritual social, a que se lo dimensionara como lo que es: un problema muy serio.
Las personas de más edad, aunque memoran casos puntuales que podrían catalogarse como acoso, no recuerdan que durante su juventud se tratara de una conducta estandarizada en el ámbito escolar y su entorno en nuestras sociedades, como sí parece suceder desde mucho tiempo antes en otras latitudes, como en los EE.UU. o en algunos países europeos, por ejemplo, lo que se ha trasladado a otros ámbitos geográficos y culturales.
Para tener una dimensión del problema, el mismo es un objeto de preocupación de entidades supragubernamentales como la UNESCO, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, y la Organización Mundial de la Salud (OMS), la que, al definir el fenómeno, indica: “Se puede identificar el bullying a través de las tres características siguientes: intención, repetición y poder. Una persona que lo ejerce tiene la intención de causar dolor, sea a través del daño físico, de palabras hirientes o de conductas, y hace eso repetidamente. Los varones son más propensos a experimentar acoso físico, mientras que las niñas tienden a sufrir bullying psicológico. El bullying es un patrón de conducta más que un incidente aislado. Los que lo ejercen suelen percibirse como pertenecientes a un estatus social más alto o a una posición de poder, como ser más corpulentos, fuertes o más populares”.
No existe una única definición para este horrible fenómeno. Para algunos investigadores, se trata de un abuso de poder intencionado y no provocado, llevado a cabo por uno o más niños, con el fin de infligir dolor o malestar en otro niño en repetidas ocasiones.
Otra posible indica que un alumno está siendo acosado o victimizado cuando se encuentra expuesto de manera reiterada y prolongada en el tiempo a acciones negativas por uno o más alumnos.
También se produce cuando otro alumno, o grupo de alumnos, dice o hace cosas desagradables. Del mismo modo es bullying cuando los otros se burlan repetidamente de él o ella. Cualquier conducta física o verbal que inflija daño, como poner apodos, golpear, burlas repetidas, patadas, propagar rumores dañinos, importunar o hacer el vacío pueden ser considerados una manifestación de bullying si persisten en el tiempo y la supuesta víctima vive de manera traumática lo que se dice o hace.
Una caracterización más: se trata de una violencia mantenida en el tiempo, verbal o física, llevada a cabo por un individuo o grupo de individuos dirigida hacia otro que no es capaz de defenderse de esa situación.
Pequeñas diferencias que confirman lo señalado por la OMS, ya que todas las definiciones coinciden en el triple aspecto indicado.
Características y consecuencias del bullying
Además de tratarse de un comportamiento específica e intencionadamente agresivo, establece una relación patológica entre agresor y agredido. Este último usualmente presenta alguna desventaja o diferencia respecto de quien o quienes lo agreden.
Aunque existen desacuerdos al respecto, podría decirse que, de en consonancia con investigaciones realizadas, muchas de ellas en otras latitudes, el rango etario en que es más usual que se produzcan las conductas de acoso es el período que se ubica entre los 11 y los 14 años.
Otra cuestión que se puntualiza es que el bullying no solamente se realiza entre las cuatro paredes de la institución educativa, sino que, aunque la tiene como centro, suele replicarse o producirse en sus inmediaciones o a través de las redes sociales, muchas de ellas abarcando instancias presenciales y virtuales. La ridiculización, las burlas, las imitaciones degradantes, los rumores difamatorios, las amenazas y la exclusión son las formas más corrientes.
La experiencia y la evidencia nos dicen que las derivaciones de esta forma de acoso pueden ser (y suelen serlo) devastadoras.
Ello ha llevado a la UNESCO a señalar en un texto de 2019 actualizado en 20231 que: “Los niños que con frecuencia son objeto de acoso son tres veces más propensos a sentirse marginados en la escuela y, al menos, dos veces más propensos a ausentarse de la escuela que aquellos que no son a menudo víctimas de acoso. También son más propensos a que les parezca normal abandonar la educación formal después de terminar la escuela secundaria. Los niños víctimas de acoso tienen menos éxito en las pruebas de matemáticas y lectura, y mientras más aumenta la frecuencia con que se les acosa, más disminuye su rendimiento escolar”.
Depresión, estrés, baja autoestima, ansiedad, autolesiones, ideaciones suicidas, suicidios, esas son algunas de las consecuencias principales y más graves que induce el bullying, las que suelen persistir a lo largo de la vida, con impacto negativo en el futuro desempeño de quienes lo sufren.
Acoso y discapacidad
Un primer señalamiento que hacen quienes se ocupan de esta relación es que existen muy pocos trabajos científicos que indaguen en esta problemática y que casi todos los existentes abarcan un número limitado de casos, por lo cual las extrapolaciones a realizar en cuanto a cantidad de casos en una sociedad son un tanto forzadas. De todas maneras, la evidencia disponible indica que quienes portan una discapacidad suelen ser un blanco más propicio para los acosadores que el resto de la población en edad escolar.
De un tiempo a esta parte, con la perspectiva social sobre lo que se considera discapacidad, ha crecido una práctica saludable: la inclusión de muchas de estas personas en la educación común, lo que deriva en los beneficios para todos los implicados de conocer y vivir la diversidad.
Se considera que los sectores que presentan una mayor vulnerabilidad están representados por la edad, el sexo (mujeres), los problemas para relacionarse, la etnicidad, el modelo familiar, el nivel socioeconómico, la religión, la condición de migrante y otras diferencias. Entre los que se encuentran en los escalones más elevados de la discriminación y, por lo tanto, del acoso se hallan la orientación sexual y los diferentes tipos de discapacidad.
En distintos ámbitos se señalan cifras diversas de acoso respecto de la población escolar total. La Annual Bullying Survey británica de 20192 brinda una serie de datos numéricos interesantes, pero la variabilidad va desde que un 50% de los alumnos sufriría alguna forma de bullying en su trayectoria escolar a que ello solamente afectó al 3% de los estudiantes madrileños, por ejemplo. En lo que sí hay acuerdo es en que el acoso de los estudiantes con discapacidad es muchísimo más frecuente, entre 3 a 4 veces más que para el resto de los alumnos, aunque existen divergencias acerca de los números.
Las personas que portan algún tipo de discapacidad intelectual son victimizadas con mayor frecuencia que sus compañeros. 50% a 30%, según algunos estudios, 60 a 35 otros, 62 a 42 en un tercero, todos ellos realizados en ámbitos de habla inglesa, ya que hay pocos datos en los realizados en español al referirse al bullying, puesto que la categoría de alumnos con discapacidad no suele estar presente.
Otras lo son por sus características físicas o conductuales, situación que se potencia cuando además concurren otros elementos tales como sexo, orientación sexual y los demás apuntados como factores de riesgo en la población general.
El caso de las personas con síndrome de Down
Aunque no está profusamente documentado científicamente respecto de los estudiantes que portan trisomía 21, los escasos trabajos y la casuística reflejada en distintos medios y asociaciones dan cuenta de que estos niños y jóvenes suelen sufrir más episodios de abusos no solamente que el resto de la población sino también que muchos otros portantes de discapacidad.
Es que no todos presentan características físicas tan visibles y reconocibles. Además, décadas de desinformación y preconceptos llevaron a que se acuñara un término como “mogólico” como insulto para señalar la baja inteligencia de quien cometía un error, dada la similitud de rasgos que se presentaban respecto de buena parte de los habitantes de Mongolia, el país asiático. Pese a que poco a poco se va perdiendo el uso de este adjetivo discriminatorio, todavía persiste. De hecho, hasta algún alto funcionario lo ha utilizado públicamente no mucho tiempo atrás con esa intención.
Desde esta perspectiva, los acosadores hacen hincapié en la baja talla, los problemas musculares, los referidos a la vista y otras características físicas que porta este colectivo.
Asimismo, se desconoce en amplios sectores de la sociedad que, aunque muchas personas con el síndrome portan discapacidad intelectual de leve a moderada, ello no les impide la convivencia escolar común, en algunos sujetos con adaptaciones mínimas, y que aunque raros, cada vez son más los casos en que logran títulos terciarios y hasta universitarios, además de desempeñarse con eficiencia en distintas ocupaciones al llegar a la edad adulta, lo que aporta al imaginario que conduce a la discriminación.
Tampoco ayuda que, según la Asociación Síndrome de Down de la Argentina (ASDRA, por sus siglas), el 17% de estas personas comprendidas en las edades de 3 y 16 años no ingresó al sistema educativo y que el 48% de los mayores de 12 años no asistieron a la educación secundaria.
Acción y prevención
En el caso de las personas con Síndrome de Down en Argentina, ASDRA implementó un sistema de prevención: el Programa “Alumnos Ciudadanos”.
De todas maneras, las instituciones no deben naturalizar situaciones de violencia de ninguna naturaleza como “cosa de chicos” cuando no existe daño físico notable, porque, más allá de que en algunos casos pueden existir lesiones importantes, los trastornos más importantes se producen en el plano emocional.
Es por ello que resulta necesario capacitar al personal para discriminar entre los signos de lo que son bromas sanas de aquellas otras que buscan dañar, sobre todo porque lo visible se complementa con la acción más profunda que se realiza fuera de la vista, por ejemplo en baños o sectores apartados de los sitios de recreación y a través de redes.
También es necesario que las instituciones públicas y privadas cuenten con personal profesional o puedan recurrir al mismo para intervenir y orientar en casos de bullying, sobre todo en los que las víctimas sean personas con discapacidad, ya que muchas de ellas no saben a quién ni cómo recurrir, y el miedo a sufrir más escarnios y vejaciones no les permite buscar ayuda, o, incluso, ello puede estar fuertemente limitado por sus problemas de comunicación.
Asimismo, hay que evitar la sobreprotección, ya que esto no solamente no evita el problema, sino que en ocasiones lo magnifica.
En aquellos casos en que los estudiantes con discapacidad presenten un ausentismo reiterado o directamente el abandono escolar, es imperativo detectar las causas, las que suelen estar asociadas al acoso.
Tal vez la mejor herramienta, aunque de resultados que demandan más tiempo, es la concientización de todos los alumnos acerca de que las diferencias en cuanto a los ritmos, las maneras de pensar y las capacidades son parte de la inmensa variedad humana y que aquellos que aparecen distintos son personas con sentimientos, como cualquier otro.
Al mismo tiempo, hay que inculcarles a los alumnos con discapacidad que tampoco naturalicen las conductas agresivas hacia sus personas, sino que ellos tienen los mismos derechos que los demás, y también indicarles cuáles son los procedimientos a seguir y a qué espacios acudir para denunciar el bullying.
Conclusión
El primer escudo para evitar el acoso escolar son los padres o quienes se ocupen del niño, porte o no una discapacidad. Al notar signos de retraimiento, resistencia para concurrir a los establecimientos, regresiones o cualquier otra señal de alerta, es necesario que se indague la causa y que luego se actúe en consecuencia, denunciando la situación a las autoridades del establecimiento o, cuando no se hallen las soluciones requeridas en la propia escuela, apuntar más arriba.
Han circulado videos en los cuales grupos de niños acosan físicamente a compañeros con Síndrome de Down, como uno que se viralizara en diciembre de 2022, ocurrido en un colegio de Boston, en los EE.UU., porque, insistimos, la mayor parte de los actos se realizan en privado, lejos de la vigilancia de los adultos, por lo cual es imprescindible estar atentos a las mínimas señales que puedan revelar su existencia.
Por otro lado, es necesario señalar que el bullying no es una isla, sino que se inscribe en un ámbito social en el que los abusos, pese a los avances en la visibilización sobre la discapacidad, se replican en otros ámbitos, como el laboral, por ejemplo, pero también en todos los demás, producto de los prejuicios que trae la ignorancia, pero también a causa de la naturalización de estas relaciones de poder patológicas por buena parte de la sociedad.
Si queremos una sociedad inclusiva, tenemos que comprender que diferencia es riqueza, variedad, humanidad.