La FDA, la famosa Food and Drug Administration estadounidense, se ha puesto en alerta ante la existencia de numerosas clínicas privadas que prometen tratar con éxito desde el Covid-19 y el Alzheimer hasta la caída del cabello y el envejecimiento, lo que dista muchísimo de ser verdad.
Las únicas terapias aceptadas por la comunidad científica internacional son las referidas a la utilización de médula ósea o células madre de la sangre para el tratamiento de cáncer. El resto de las publicaciones serias que se hacen al respecto son investigaciones que están en distintas etapas, pero no están aprobadas para su uso clínico.
En 2017 la agencia estatal advirtió a las clínicas que las células madre tienen la categoría de medicamento, por lo que caen bajo su jurisdicción, conminando a que blanqueen sus procedimientos y pidan autorización para su utilización en un plazo no mayor a los dos años y medio. El tema es que, lejos de evitar el problema, el negocio prosperó tan rápidamente en el país del norte que de 600 centros sin habilitación en 2016 se pasó a algo más de 3.000 en la actualidad, según un relevamiento realizado por investigadores de la Universidad de California en Irvine. Y no es el único “negocio”, ya que algunas de ellas cobran hasta U$S 25.000 para permitir a pacientes participar de investigaciones de dudosa consistencia científica.
Aunque en la FDA hay pocas denuncias de problemas derivados de la utilización de estas células (en contextos controlados, muy raramente resultan nocivas), una investigación realizada por los Pew Charitable Trusts, organización sin fines de lucro activa desde 1948, ha hallado que en 2019 algo así como 360 personas sometidas a estas terapias clandestinas experimentaron distintos problemas, entre otros infecciones importantes, discapacidades para el resto de su vida y hasta muerte.
Por supuesto que las clínicas y demás antros argumentaron que no debía cohartarse la libertad de las personas a través de la regulación estatal. ¿Vivir y dejar morir?